EL INVERECUNDO TORTURADOR CRISTIÁN LABBE
Los cobardes crímenes del hasta ahora impune coronel Cristián Labbé son confirmados por testigos –ex prisioneros políticos e, incluso, un miembro del Ejército– en El despertar de los cuervos, nuevo trabajo del periodista investigador, especializado en Derechos Humanos, Javier Rebolledo, sobre los orígenes de la DINA, en el Regimiento de Ingenieros Militares Tejas Verdes. Este tan impactante como riguroso e indesmentible libro será presentado en Club Providencia* –exactamente el mismo local donde, cuando Labbé todavía era alcalde, se efectuó un `homenaje´ al infame asesino Miguel Krassnoff–, el sábado 31 de agosto, a las 19:00 horas.
* Avenida Pocuro 2878 [Metro Francisco Bilbao]
Adelanto de la investigación periodística contenida en el libro El Despertar de los Cuervos
Las denuncias que acusan al coronel Labbé de tortura en Tejas Verdes
“Patricio Salvo está completamente seguro de que vio a Cristián Labbé, ese día, en la sala de torturas. No tiene dudas”, es una de las citas del nuevo libro del periodista Javier Rebolledo. El texto aborda la historia de cuatro prisioneros, detenidos en los albores de la Dictadura, al interior del primer campo de concentración que hubo en Chile. De sus páginas, adelantamos parte del capítulo 17. Se trata de, hasta ahora, desconocidos testimonios contra el ex alcalde de Providencia.
El Mostrador - 20 de agosto de 2013
Acciones
Quien cuenta el episodio que se detalla a continuación es Héctor Patricio Salvo Pereira, aspirante a oficial de reserva antes del golpe de Estado, en el Regimiento de Ingenieros Militares Tejas Verdes. Con la organización del aparato represivo en dicho lugar, Salvo pasó a conformar parte de la Agrupación de Patrullaje Nocturno, comanda por el mayor Mario Alejandro Jara Seguel, conocido entre los soldados como `El Papi y brazo derecho del director del Regimiento, el entonces teniente coronel Manuel Contreras Sepúlveda. La función de la agrupación era detener personas, allanar lugares, prestar guardia personal a las familias de los altos oficiales de Tejas Verdes y, también, torturar.
Salvo, quien prestó testimonio para El Despertar de los Cuervos, declaró judicialmente este episodio, hace poco más de un mes, en la Corte de Apelaciones de San Miguel, donde se sigue una causa por los crímenes cometidos en Tejas Verdes. Es el primer militar que reconoce a Cristián Labbé en el centro de torturas, lo que se suma al testimonio [que recoge el mismo libro, en un capítulo anterior] de Anatolio Zárate, quien declaró judicialmente que fue torturado por el ex alcalde de Providencia.
El acontecimiento narrado se desarrolla en el subterráneo del casino de oficiales del Regimiento. El lugar fue acondicionado exclusivamente para la tortura de detenidos, quienes permanecían presos a poco más de un kilómetro de distancia, en el Campo de Prisioneros Número Dos. Eran llevados periódicamente hasta este lugar, para recibir tormentos de parte de un grupo torturador dependiente de Manuel Contreras e integrado por el mayor Jorge Núñez Magallanes y el capitán Klaus Kosiel Hornig, entre otros.
Labbé, junto a otros oficiales de la naciente DINA, instruía a los aspirantes a agentes, en un conjunto de cabañas —expropiadas por Manuel Contreras a la CUT— ubicadas en el balneario Rocas de Santo Domingo, también a poca distancia de Tejas Verdes y el campo de detenidos. Los nuevos agentes alojaban y entrenaban en las cabañas, y asistían al subterráneo del casino de oficiales, donde se aplicaban los tormentos, con el fin de observar las torturas y aprender cómo aplicarlas. En total, los tres lugares —el subterráneo del casino de oficiales, el campo de detenidos y las cabañas de la CUT, como centro de formación— conformaban un triunvirato destinado a foguear a los prospectos de la DINA.
A continuación, parte del texto:
–Vamos, necesito que me acompañes al subterráneo. Tengo que mostrarte algo.
Entraron por el ingreso interior del casino. Al bajar las escaleras vio el perchero al frente. Normalmente, los especialistas de la tortura dejaban ahí su chaqueta de trabajo y la cambiaban por un delantal blanco, ad hoc para la situación. Jara se quitó su chaqueta y dejó ahí su boina granate. Le llamó la atención que en uno de los percheros, otro delantal había sido sacado y en su lugar se encontraba una boina de color negro.
Bajó detrás de Jara por el pasillo, hasta una de las habitaciones del subterráneo. Ahí estaba Kosiel y, a su lado, el mismo hombre que casi había llegado a los balazos con el `Papi´. Ambos con sus delantales blancos. A su alrededor, unos cinco detenidos, entre hincados y acostados, con el estómago hacia el piso, amarrados los brazos tras la espalda, en malas condiciones. Parecían torturados. Si hubiera andado con casco, se le hubiera caído de la impresión.
—Te presento a Patricio Salvo, jefe de patrullaje nocturno —dijo Jara, con su buen tono habitual, como si nada. Salvo, él es el teniente Cristián Labbé. Viene a Rocas de Santo Domingo. Está haciendo un curso para los futuros agentes.
Es justamente esta unidad desde la cual Cristián Labbé cumplió su labor. Se trataba de un grupo de elite compuesto, prácticamente en su totalidad, por comandos salidos de la Escuela de Paracaidistas y Fuerzas Especiales de Peldehue y cuyo rol fue dar seguridad a Pinochet, su familia y, en un comienzo, al resto de los integrantes de la Junta de Gobierno. Pero, según reconoció el propio subdirector de la DINA, Pedro Espinoza Bravo, el trabajo de Mulchén incluía también «operaciones clandestinas», tal como lo hacía la Brigada Lautaro, que fue guardia de Contreras y, al mismo tiempo, grupo exterminador en el Cuartel Simón Bolívar, de La Reina.
Se saludaron, cordialmente. Labbé reaccionó del mismo modo que Jara, como si el enfrentamiento ni siquiera fuera un mal recuerdo [unos días atrás, Salvo había presenciado una disputa entre Jara y Labbé que casi había terminado a balazos]. En ese mismo instante, uno de los detenidos levantó la cabeza y miró hacia donde estaban ellos. «Creí que el hombre había reconocido mi voz, de alguna parte. Algún allanamiento o, simplemente, me buscó por instinto. Labbé también se dio cuenta. Caminó hacia el detenido, levantó la pierna y le dio un tacazo fuerte, seco, en la espalda».
– ¿Qué estái escuchando, sapo?
Tras un profundo quejido, el hombre cayó de nuevo a su posición original.
Luego, Jara conversó un par de palabras más con Kosiel y Labbé, de forma animada. Con camaradería. Parecía una locura; pero, bueno, se debieron haber arreglado en algún momento sin que él se enterara. Por lo menos vio a Labbé ahí durante un par de semanas. Yendo y viniendo, desde Rocas hacia Tejas Verdes. Se veía como parte de ese núcleo cercano a Jara.
Luego de su paso por Tejas Verdes y Santo Domingo, Cristián Labbé partió a la capital, para realizar su trabajo de seguridad presidencial, por encargo de la DINA.
Para ordenar su estructura, las unidades bajo el mando de la Brigada de Inteligencia Metropolitana (BIM) —creada en Rocas de Santo Domingo— se habían dividido en dos grandes agrupaciones: Caupolicán y Purén, para dar caza al MIR y al Partido Socialista, respectivamente. Algunas agrupaciones, sin embargo, quedaron fuera del mando de la BIM, dependiendo directamente de Manuel Contreras. Una de ellas era la Brigada Mulchén.
Del análisis de las declaraciones de agentes de la DINA e información anexa, se obtuvo que en una primera etapa Labbé integró la Agrupación Pisagua, apéndice de Mulchén y destinada a la seguridad presidencial.
Mulchén ha sido un fantasma para la justicia chilena. Su única acción «encubierta» y, luego, «descubierta», fue el crimen del diplomático español y militante comunista Carmelo Soria, asesinado por agentes de Mulchén, el 16 de julio de 1976. Lo torturaron, luego le fracturaron el cuello y, finalmente, lo lanzaron cuesta abajo en el sector de La Pirámide, por un barranco, con botellas de alcohol en el interior del vehículo, simulando que había muerto en un accidente. En la tarea habrían recibido la cooperación de la Brigada Lautaro, su hermana en «operaciones clandestinas».
Cristián Labbé declaró judicialmente: «Fui destinado a la seguridad domiciliaria del Presidente Pinochet», rol que comenzó a cumplir «luego del 11 de septiembre de 1973» y se mantuvo ahí «hasta el año 1978», lo que significa que cuando ocurrió el crimen de Soria habría estado cumpliendo labores en dicha unidad.
Al cruzar los datos biográficos entre el jefe de Mulchén, Guillermo Salinas Torres —procesado por el crimen de Soria— y Cristián Labbé, se obtiene que tuvieron el mismo camino en la DINA. Para el 73, ambos estaban destinados a la Escuela de Paracaidistas y Fuerzas Especiales de Peldehue. Salinas era capitán y Labbé teniente. Luego, los dos fueron llamados desde ahí a integrar el equipo de seguridad de Augusto Pinochet y ambos viajaron a Santiago para efectuar la seguridad directa en su casa. En otras palabras, trabajaron juntos.
Para el crimen de Soria, como jefe de Mulchén, Salinas fue quien dio la orden de eliminarlo.
Otra de las pocas huellas que ha dejado Mulchén, respecto de sus «operaciones clandestinas», se encuentra en la declaración judicial del jefe de la Brigada Lautaro, Juan Morales Salgado, quien situó a los agentes de Mulchén en el centro de exterminio Simón Bolívar, el mismo día que ahí envenenaron a dos ciudadanos peruanos con gas sarín. Fue un ensayo, ya que era una de las posibilidades para eliminar al ex canciller Orlando Letelier. Finalmente, se optó por una bomba bajo su auto y en la acción participaron agentes de Lautaro y Mulchén, en conjunto.
Si Labbé integró la seguridad presidencial entre 1973 y 1978, como él mismo lo declara, significa que también habría estado dentro de la Brigada Mulchén cuando se eliminó a los peruanos y en la caza a los militantes del Partido Comunista y sus dineros, con el fin de seguir financiando su estructura.
Patricio Salvo está completamente seguro de que vio a Cristián Labbé, ex alcalde de Providencia, ese día, en la sala de torturas. No tiene dudas. Como a esas alturas tenía el ojo aguzado y estaba entre sus funciones controlar el tránsito de todos los vehículos en el regimiento, incluso se dio cuenta que el Volkswagen rojo de Klaus Kosiel, el segundo de la Secretaría de Estudios, por esos días era manejado por Cristián Labbé. Kosiel se lo había prestado. Quizás eran amigos. Durante esos días, vio el Volkswagen estacionado en el cuartel Rocas de Santo Domingo y afuera del casino de oficiales.
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