EL INVERECUNDO MINISTRO CHADWICK
LA ESCALADA
Escribe Luis Casado – 11/01/2013
Los políticos parasitarios que mangonean en la copia feliz del edén parecen reñidos con la lengua castellana. Por ignorancia –razón que no habría que excluir a priori– o por mala fe. La diferencia que hay entre homicidio y asesinato no es asunto privativo de los abogados ni tema reservado a los jurisconsultos. Homicidio es el delito que se comete al acabar con la vida de una persona. Para calificar el delito de asesinato es necesario probar que hubo intención de matar, detalle no menor.
La jurisprudencia enseña que se trata de dos delitos distintos pero el ministro del Interior no lo sabe, o actúa como si no lo supiese. También ignora que no es él el encargado de calificar el delito, sino la Justicia, poder a priori independiente del Ejecutivo. Tampoco es misión del ministro del Interior acusar sin pruebas a tal o cual, eminente tarea que le incumbe al fiscal encargado de investigar el caso: explorar todas las pistas, determinar las condiciones en las que se produjeron los hechos, identificar a los autores. Andrés Chadwick ignora todo eso, se lo pasa por salva sea la parte y en vez de conservar la sangre fría que conviene al alto cargo que ocupa, hace declaraciones incendiarias con motivo de la muerte del matrimonio Luchsinger-Mackay.
Sin disponer de elementos que justifiquen su proceder, Chadwick parte en guerra contra grupos “violentistas” y amenaza con decretar un estado de excepción. ¿Por qué no la guerra total? Y en ese caso… ¿contra quién? En el burdo lenguaje utilizado por quien no conoce ninguna respuesta a nada sino la represión, se trata de encontrar enemigos que conviene calificar con epítetos que alimentan la psicosis, el miedo, el terror. No se trata de explicar, ni de conocer la verdad de lo ocurrido, ni las causas o móviles del delito, sino de usar un pretexto para demostrar que se es “duro”.
Como si fuese un profiler de una serie de televisión, Chadwick sabe –un flash en su cabecita– que “Enfrentamos a un enemigo fuerte, poderoso, organizado en la zona” (sic). Y exhibe teatralmente las medidas del gobierno para “fortalecer y potenciar la acción policial que nos permita tener mayor eficacia en el combate de estos grupos terroristas”. ¡Terroristas! Al Qaeda no anda lejos, ¿habrá que pedirle ayuda a la CIA, solicitar la intervención de drones armados con misiles teleguiados, efectuar un carpet bombing con bombas de fósforo?
El lenguaje de Chadwick tiene 40 años de retraso, corresponde a la jerga de los halcones yanquis que encendieron la guerra de Vietnam: lo suyo es una escalada. ¿Eso es un hombre de Estado? No. Apenas un agitado del cucumelo que quiere infundir temor a falta de poder infundir respeto. El ministro prejuzga, se excede, quiere dar la impresión de controlar una situación que no comprende y que sobrepasa sus escasos recursos intelectuales. Por eso saca toda la artillería: evoca la ley antiterrorista que Bachelet estrenó en la Araucanía, recalifica las querellas ya interpuestas, nombra un fiscal especial, aumenta la dotación policial en 400 hombres (los EEUU llevaron medio millón de soldados a Vietnam con los resultados conocidos…), crea zonas de control diurnas y nocturnas (matinée, vermouth y noche…), forma un equipo jurídico especial, le ordena a la ANI intercambiar información con la inteligencia de las FFAA…
Curioso, visto que se supone que las FFAA se ocupan de seguridad exterior y no deben intervenir en el territorio nacional contra los chilenos.
Chadwick actúa en modo irresponsable, juega a los aprendices de brujo, no mide sus palabras y abunda en el desplante torero: “La lucha contra el terrorismo en el mundo no es fácil, pero la vamos a dar y los vamos a perseguir donde estén y no vamos a doblar los brazos hasta encontrarlos” (resic). Una especie de Vladimir Putin adobado en pebre, prometiendo “ir a buscar los terroristas hasta en los cagaderos”.
Si Chadwick no conoce la identidad de los culpables… ¿a qué vienen todas estas aniñadas? Detrás de sus gestos –que quisiera mussolinianos– hay una acusación al pueblo mapuche, a todo el pueblo mapuche. Chadwick oculta la complejidad de las bélicas relaciones que el huinca le impuso al hombre de la tierra en una dominación que se arrastra ya por cinco siglos. Asimila la lucha de Lautaro al gesto cobarde del que usa el terror para imponerse.
Ahora bien, a lo largo de la prolongada epopeya del pueblo mapuche, los “violentistas”, los “terroristas” y los criminales suelen venir de Santiago, recibir sus órdenes en La Moneda.
Quienes resulten responsables de la muerte del matrimonio Luchsinger-Mackay son unos irresponsables. Provocadores al servicio del ocupante ilegítimo, iluminados de una causa que merece mejores defensores, o simples delincuentes.
Eso está por verse, la Justicia debe hacer su trabajo sin la ominosa presión de un ministro irresponsable.
Entretanto, Chadwick haría bien en callar. Para no seguir envileciendo una situación que exige una dimensión que el ministro no tiene.
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