La historia familiar de Moren Brito y el sobrino al que asesinó y torturó en Villa Grimaldi
13 DE DICIEMBRE DE 2012
Fuente: http://recorta.com/445f8b
Nadie recuerda muy bien qué día comenzó la manda, pero por muchos años Carmen Catalán no se cortó el pelo.
—Me lo voy a cortar el día que Alan entre caminando por esa puerta —decía, apuntando hacia la entrada del número #6683 de Avenida Colón, Las Condes, desde donde colgaba una campana que hacía las veces de timbre.
Hasta entonces, la casa era un lugar de encuentro, de puertas abiertas y celebraciones.
Quizás por eso, a Carmen le costaba entender que, de un momento a otro, de eso no quedaran más que recuerdos y el eco de conversaciones pasadas chocando contra los muros de concreto.
—Me voy a cortar el pelo sólo cuando Alan vuelva —repetía Carmen—. Estaba segura que algún día iba a aparecer él, con los bigotes y su pelo negro, sus jeans y su más de metro 80.
Hace pocos años habían tenido la última de las más grandes fiestas familiares: el matrimonio de Alan con su polola por más de 5 años, Mónica Gana. En la casa de los padres de la novia —unas cuadras más al norte, en Colón #6571— se había instalado una orquesta y un banquete tan grande, que nadie pudo distinguir al final del día cuál era el menú. De lo que sobró del festejo comieron los tres días siguientes. Ese 17 de septiembre de 1971 de fiesta, es uno de los recuerdos que más atesora la familia. Entonces, en medio de las risas y el baile, nadie intuía que sería esa foto en blanco y negro, con Alan vestido con un terno negro y una flor blanca en la solapa, la que después daría vueltas y pasaría por muchas manos pidiendo justicia con la frase: “¿Dónde están?”
Alan Bruce fue detenido en febrero de 1975. Tenía 24 años, estudiaba Ingeniería Civil en la Universidad Católica y tenía un hijo de un año y medio que llevaba su mismo nombre. La semana pasada, el ministro en visita para causas de derechos humanos, Alejandro Solís, procesó a 13 ex agentes de la DINA, entre ellos a su ex director, general (R) Manuel Contreras, y el coronel (R) Marcelo Moren Brito, por el homicidio y secuestro calificado de 20 personas en los primeros meses de 1975.
Entre las víctimas está Alan. Y a la historia de terror y muerte que fraguó la dictadura, se suma otra, más íntima, que está en la acusación del juez Solís, pero que además ha dado vueltas en la familia Bruce por más de 37 años: los testimonios que señalan que Moren Brito —tío de Alan—, lo torturó y asesinó, haciendo gala de su maldad en Villa Grimaldi, atravesando a parte de su familia materna en dos. Para siempre.
MARCELITO
En diciembre de 2007, en el penal Cordillera, donde cumplen condenas los ex jefes de la DINA, el coronel (R) Maximiliano Ferrer Lima se peleó con Moren Brito y según el informe que quedó como testimonio —elaborado por las autoridades carcelarias— Ferrer encaró a Moren diciéndole que había “ahorcado a su propio sobrino con un alambre y para asegurarse le introdujo enseguida la cabeza en una bolsa de plástico”, según consignó una nota del diario La Nación.
Esta era una versión que la familia ya conocía y que apretó el pecho de Carmen Catalán y Roberto Bruce hasta el día que murieron. “Mi abuelo era una caballero, no iba a decir jamás una mala palabra, pero a él le dolía haber dado cobijo a un criminal. Siempre decía que había sido un error”, cuenta Alan Bruce (40), ingeniero ambiental y comercial, quien dejó de ver a su papá cuando tenía menos de dos años de vida.
El trato amable con Marcelo Moren Brito existió desde que el ex DINA nació. Su mamá, María Elena Brito, era hermana de Inés Recabarren Brito, abuela del asesinado dirigente del MIR. A Moren lo recibieron con los brazos abiertos en la casa de Colón cuando tuvo que dejar Temuco, la ciudad donde vivía, para venir a estudiar a la Escuela Militar. “Mis abuelos lo querían, incluso mi abuelo Roberto fue su tutor en la Escuela Militar. Era él quien firmaba sus papeles. Le hicieron un buen espacio en la casa”, cuenta Alan. De hecho, en uno de los dormitorios de la casona de Las Condes sumaron una cama al lado de la de Alan, que entonces era un adolescente, para instalar otra para el nuevo inquilino. Mientras Moren Brito vivió en la casa de los Bruce, su cama estuvo pegada a la de su “sobrino”. Compartieron el mismo dormitorio, fiestas familiares, comidas y varias tardes.
Cuando la dictadura entró con sangre en Chile, don Roberto decía que Moren Brito había sido un niño golpeado, intentando una explicación para el comportamiento criminal que adoptaría después, pero él, que también había sido militar, que llegó hasta teniente (después se retiró de la institución) también sabía cómo era la situación por dentro. De hecho, antes de morir, lo comentó en una entrevista: “Yo sabía la formación que tienen los milicos, por eso le decía (a Alan) que cuando salieran a la calle, sería una matanza. Él no me escuchaba, todo lo contrario, me decía que los estaban formando para eso. Fue como yo le dije”.
A Alan ya lo habían detenido una vez antes de su desaparición. En abril de 1974 un grupo de militares llegó hasta su casa. Aunque Alan no estaba; encañonaron a su esposa y a su hijo de un año y medio que dormía en la cuna.
—Si su esposo no está, entonces nos llevamos al niño —dijo un militar, antes de tomar violentamente al pequeño en los brazos.
Mientras los militares esperaban en el jardín, Mónica llamó a su esposo que trabajaba haciendo fletes y estaba en la casa de su abuela en Recoleta.
—Diles que dejen al niño. Si me buscan a mí, me voy a entregar —contestó Alan del otro lado del teléfono.
Después de ese episodio, estuvo alrededor de cuatro días desaparecido. A su regreso contó que fue llevado al Regimiento Buin, luego a la Escuela Militar y después a Londres 38.
“Cuando volvió me dijo que le habían pegado y que Moren Brito lo había tenido varios días en Londres tratando de bajarle los moretones porque le daba vergüenza que sus tíos lo vieran así”.
Pero la vergüenza le duró poco y todos entendieron que los militares no estaban jugando. Pocos meses después de ese episodio, en octubre de 1974, después que Miguel Enríquez cayera acribillado en San Miguel, la familia recuerda un hecho que les congeló el habla y que Mónica Gana detalla como si fuera ayer. Moren Brito llegó hasta la misma casa donde le habían dado cobijo cuando estaba en la Escuela Militar. “Con las manos ensangrentadas, gritaba que había matado a Enríquez, mientras tocaba la campana de la puerta de entrada. Gritaba como si estuviera desquiciado, estaba como loco”, cuenta Mónica.
—¡El próximo va a ser tu hijo! ¡Va a ser tu hijo! —vociferaba, mientras la señora Carmen Catalán y parte de su familia esperaban dentro de la casa.
A Mónica —y a los demás— les quedó claro: “Entonces todos supimos que no podíamos apelar a que era un familiar o a la cercanía de tantos años. Era imposible tratar con un monstruo”.
VILLA GRIMALDI
El 13 de febrero de 1975, cerca de las 11 de la mañana, Alan Bruce fue detenido por segunda vez. Esta vez en una casa de Las Condes. Fue llevado a Villa Grimaldi.
El sitio Memoria Viva consigna que entre los testimonios posteriores, se escuchó el de Luz Arce “ex detenida por la DINA del año 1974 y que luego de ser presionada y sometida a graves torturas se transformara en colaboradora de ese organismo. Recuerda haber visto a Alan Bruce Catalán en Villa Grimaldi, y que Marcelo Moren estaba furioso porque era su sobrino y tenía un resentimiento en su contra por ello. También recuerda haber visto el nombre de Alan Bruce en las nóminas de detenidos de ese recinto y a las cuales ella tenía acceso”.
El director del Servicio Médico Legal, Dr. Patricio Bustos, quien también pasó por ese campo de tortura, cuenta que no coincidió con Alan Bruce, pero que era un comentario frecuente entre los prisioneros. “Todos decían que el Ronco, como llamaban a Moren Brito por su voz, había sido capaz de torturar a su propio sobrino en la parrilla. Eso nos daba cuenta en las manos de quién estábamos”, narra Bustos.
La familia comenzó un peregrinaje por la justicia desde 1975, con diversas querellas.
“Un día incluso mi abuela encaró a Moren Brito”, cuenta Alan Bruce Gana, hoy, a días del procesamiento del Juez Solís y dice que después de todo lo vivido ella cerró las puertas de su casa en Las Condes. “Ya no quiso recibir a nadie. No se podía confiar en nadie. Nunca dejó de usar ropa negra y solo al final, años antes de que ella muriera, entendió que mi papá jamás cruzaría la puerta de nuevo. Entonces decía que se conformaba con que le entregaran algo; cualquier cosa que le permitiera enterrarlo y tener a quien rezarle”, comenta Alan, quien después de la desaparición de su padre y una breve estadía en Buenos Aires con su madre, volvió a Chile en los brazos de su abuelo que lo fue a buscar para que creciera con ellos, mientras su madre hacía un periplo por Argentina y Estados Unidos, que la trajo de vuelta a fines de los ’80.
“Para nosotros la herida no se cierra mientras no exista un papel que diga que Moren Brito torturó y mató a mi papá en tal fecha y se fije una condena”, dice Alan lagrimeando una historia que tendría ese cierre en lo formal, pero que en la familia difícilmente tendrá un punto final. “Hay gente que cree que el tema de los desaparecidos es una lucha de pocos, una historia antigua, pero no es así. Yo siempre me hago la misma pregunta: cómo sería todo si él estuviera; seguiría casado con mi mamá, cuántas cosas en mi vida habrían cambiado. Esa es una pregunta de todos los días, no es de otra era”, dice.
Su abuela, la señora Carmen, se fue esperando que se hiciera justicia. Cuando murió de un derrame cerebral a fines de los ’90, tenía 75 años y aún vestía de luto.
A mediados de los ’80, Carmen Catalán dejó de esperar un milagro. Entonces terminó su manda. El pelo le había crecido hasta las rodillas.
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